Leonard Cohen / De Culto

 

 

Leonard Cohen

 

por Israel Crens

 

 "Dance me to your beauty with a burning violin 

 Dance me through the panic till I'm gathered safely in 

 Touch me with your naked hand or touch me with your glove 

 

 Dance me to the end of love..."

 

  Leonard Cohen: Monje zen ligado y consciente de la soledad que trasegó la vida misma.  

 

Pluma en la boca, lágrima,  una profecía de lo mundano, el poeta de Montreal, inmaculado y en busca de la existencia del éter para abrirlas con filosos versos. Cohen se ha expuesto al público más de 50 años. Dentro de su secreta curiosidad religiosa le podemos asignar el don de trovador, pues sus canciones tienen la singularidad de trabajar en él como moscas en un sótano.

 

Esa visión y perseverancia finalmente tienen sitio y razón de ser.  Se debe más que nada a su particular elocuencia en hablar de las heridas del hombre y el tacto especial del lapso cultural en el tiempo; ese ejemplo de lentitud con la cual asumimos lo que pocos han percibido con los años.  Dicho de otra forma vemos a Leonard Cohen en un altar, tan inmaculado y solemne disfrutando del éxito y respeto.

 

Cohen, genio en las analogías entre las realidades de la vida con ese talento nato para crear relaciones íntimas en un mundo interior de deseos y lenguaje colisiona éste con otro mundo exterior paralelo e invisible a nuestro espectro visual y  únicamente percibido en frecuencias para quién tenga los sentidos estéticos y espirituales desarrollados.

 

Existe evidencia de que el honrado quizá no este privado del secreto del universo, que es (en caso de preguntar), que todo esta conectado con todo. Todo.  Las relaciones ya son difíciles de determinar y él es el instrumento idóneo con la capacidad de revelar las conexiones del lenguaje.

 Semántica, revelaciones dejan un mensaje diáfano: la imagen poética puede ser el elemento que represente la pasión romántica y/o las cualidades místicas del mundo material.

 

Maestro de la frase surrealista, de la línea “ilógica” que habla tan directo al subconsciente con la ambigüedad superficial que transforma en una última comprensión. Su maestría lírica a la que muchos le rinden tributo. A pesar de diferentes interpretaciones y en sus más variadas versiones, la voz de Cohen siempre está de fondo.

 

Esa voz flechada por Cupido y sobada por la piedra filosofal. Una voz salida de un  monasterio en ruinas, penitente, llena de humo de un cigarro consumiéndose. Quizá nadie pueda decir “desnudo” de forma tan cristalina como Cohen.  Indispensable en nuestras vidas, nuestros oídos piden sin culpa a este hombre, pieza angular de la introspección y que es más una insolación en la poesía de los artistas a los que hay que rendirles culto. 

 

 De Culto

In Memoriam

 

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