Joaquín Sabina / De Culto

 

Joaquín Sabina

 

por Israel Crens

 

«Soy del color de tu porvenir»

 me dijo el hombre del traje gris;

 “no eres mi tipo” le contesté

 y aquella tarde aprendí a correr.

 Al pisar la estación

 le abrí la jaula a mi corazón.

 

Tras las montañas estaba el mar

 la noche, el vértigo, la ciudad,

 el mundo a cambio de una canción

 me daba un plato, un beso, un colchón"

 

 Esa voz sobada por la piedra filosofal que se ha vuelto un imperdible en nuestra  mente. Una voz de whisky y nicotina, un pirata gamberro, el flaco de Úbeda, el poeta maldito curtido por los licores de la palabra y celebrando la vida, la penitencia en este mundo. Claro, el  Leonard Cohen  hispanoamericano, otro de los poetas malditos en la música, ese que canta:  Joaquín Sabina.

 

Sabina a lo largo de su extraordinaria trayectoria ha evitado repetirse a sí mismo en cada concierto como Ringo Starr  o  Paul McCartney que amen de ser quienes son, interpretan casi siempre el mismo set list.  Sabina afortunadamente ya dio el brinco y el repertorio ha ido variando cada año y tras cada nuevo LP.  Ya por los años quizá suene un tanto atropellado, en su dinámica, si bien tampoco da brincos y carrera por el escenario como antaño.

 

Éste Mariano Zugasti  exiliado en Londres, polizón de trenes, revolucionario, guardián de un billete de 5 libras dado en mano directo de George Harrison,  y en muchas ocasiones controvertido dadas sus declaraciones políticas y preferencias como la tauromaquia, hacen de Sabina un ejemplar digno de observación. No sólo desde el ámbito musical. Sus plataformas políticas, su forma de ver y vivir la vida son complemento de aquéllo que no somos y de aquellos que no viven de noche y los excesos.  

 

Sus noches en La Mandrágora, su paso por Ramillete de Virtudes  (cuando escaló de lo acústico a lo eléctrico), las mujeres, las benditas-malditas mujeres que han trasegado cada verso suyo, cada acorde con su fiel Antonio García de  Diego  y  Pancho Varona.

El primero sobreviviente del Rock 'n' Rios  y el segundo de Ramillete de Virtudes. Fieles heraldos del escudo de armas que Sabina ondea en cada gira y en cada nuevo trabajo.

 

En honor a la buena crítica, destaca que brillan por su ausencia muchas canciones de su repertorio que debiera tener a bien incluirlas en algún tour futuro. Aunque a ello hay que sumar el hecho de que ha sido férreo en declarar en varias ocasiones que no le interesa dirigirse siempre a los suyos, a los fans acérrrimos, pues le resulta demasiado aburrido siempre el mismo ritual. Su presencia en un escenario se debe más a su interés por llegar a un público desconocido.  

 

Si bien podemos disfrutar el desarrollo de su carrera desde Inventario  del 78, hasta su último trabajo que nos asalta de repente, discutir y revisar cada uno y las colaboraciones extraordinarias es similar a estar de pie en pleno sol de verano.  Joaquín es producto de una insolación y nosotros la quemadura de lo que resulta.

 

Hay los recitales en lo que escucharle nos da la apariencia de que solo cumple con su trabajo. Sabina ha llegado a ese punto en que puede darnos lo que le venga en gana y siempre será bien recibido. Un artista genial que obviamente está más allá del mal y del bien. Y que reconforta el alma (por endurecida que uno la tenga), verle en directo y corear cada tema.

 

Para sabinistas  consumados el solo hecho de contemplarle es suficiente.  Para el groupie  o bohemio empedernido, es de sobra y menester llegar con algunos tequilas encima para estar ad hoc con lo que serán alrededor de tres horas, en las cuales seremos llevados a un universo donde el fracaso, la noche y los cuentos que terminan mal serán la constante. 

 

Con estos antecedentes, es probable que Sabina no sea atractivo para ciertos gustos. Acostumbrado a contarnos historias callejeras, el ripio, el soneto calavera, queda claro que no se puede cantar sobre eso con una voz angelical. Quizá en parte se deba que los últimos tours han sido en  recintos mas íntimos en los que el contacto con el público y el artista se vuelve un vínculo extraordinario; fiel patrón de sus amados JJ Cale Tom Waits.

 

La euforia de su paso siempre apoteósico en sus giras dejan una huella imborrable y es como un buen vino de mesa que aporta el sedimento a nuestra sangre.

 

Sabina es el más puro ejemplo de la canción inconclusa, del perdedor, de la putas, del bar, de la noche, los excesos, de hacer lo prohibido, romper protocolos (a pesar de tener que soportar invitaciones presidenciales y pretender ingenuamente que todo está bien).

 

Ha sabido mantenerse firme y estoico en sus declaraciones aun cuando hay quienes creen que la isquemia cerebral que antaño lo dejo inútil un buen rato, le dañó el sarcasmo, la ironía y por añadidura descafeinado. 

 

No, Sabina es un poco como Freddy Mercury en el aspecto de “ahora que me despido, pero me quedo”;  otro tanto como Chavela Vargas, borracho, retirado y mujeriego y otro tanto como John Lennon, con miedo a terminar como Elvis Presley, obeso y cantando en shows de Las Vegas  repitiéndose a sí mismo cada noche. 

 

Joaquín Sabina es un artista que vive y necesita del escenario, de la duelas de un foro para sentirse vivo y que se niega a consumirse lentamente como un hielo en un Whisky sin soda (Cutty Sark de preferencia),  compartiendo siempre ese helado de aguardiente, ese licor de ajenjo en cada canción que sin remedio nos vuelve adictos y nos hace ver que antes de morirnos, debemos vivir la vida un poquito.  

 

Dicho eso, dejemos que ese ángel oscuro bata sus negras alas y levante el vuelo en esa melancohólica  melodía y nos lleve con él en ese viaje único. Y como dijese Miguel Ríos en un epitafio a posteriori :  "Si su biógrafo no lo pone de puta madre, yo me cago en to's sus muertos".    

 

Israel Crens

De Culto 

Walnut Street Ediciones ®

 

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